Subtrópico

Siempre me ha interesado el paisaje.
Me permite organizar mi experiencia artística
a través del mirar más que del hacer,
una actividad que podría denominarse “hacer
mirando”. Cuando planeé realizar esta intervención
buscaba un paisaje con la intención de poner
en práctica una mediación entre texto
y arquitectura.
Soy de los que piensan que es necesario
trabajar [también] fuera de los dispositivos
espaciales propios de la modernidad (museo, revista,
galería), porque corremos el riesgo de producir
una cultura “indoors” ausente del auténtico
espacio público. Me parece necesario, además,
introducir en la ya compleja piel de la ciudad, algunas
máquinas de sentido capaces de trastocar el universo
textual e imaginario del capitalismo. El cien por cien
de las palabras e imágenes que nos asaltan en
la calle pretenden vendernos algo.
Lo que estoy tratando de producir es
una máquina de “semióticas mixtas”,
que funciona en dos niveles espaciales distintos: la
propia intervención en el espacio público,
que consiste en colocar un texto en vinilo autoadhesivo
sobre la fachada de una casa, y, digamos, una sobrelectura,
una fotografía de ese contexto. Tanto en el lugar
como en la imagen están sugeridas ideas sobre
lo público, sobre el paisaje, sobre la isla,
sobre un modo de entender la espiritualidad, sobre el
capitalismo, la sostenibilidad… en fin, problemas
que me interesan, también sobre la manera en
que el arte afronta su producción contemporánea.
He elegido un texto sobrio; me ha costado
decidir cuál era el apropiado, pues debe pasar
desapercibido. Sólo una lectura irónica
del mismo, propiciada por el lugar en el que se inscribe
puede darnos algunas claves. Es un fragmento de Canguro,
de D H Lawrence, una especie de exaltación mística
del paisaje marítimo. Trato de hacer confluir
sensaciones muy dispares, algunas románticas,
que han sido génesis de la identidad moderna,
la experiencia fuertemente individualizada de la mística
a través del paisaje, lo sublime, que terminan
degradándose en la experiencia burguesa del turismo
y por último en segunda residencia, justo aquí
en el límite, en la conjunción epifánica
de cielo-mar y tierra subtropical. Es la experiencia
de una especie de Robinsón cuyo naufragio resulta
difícil saber a qué lado se ha producido.
Pretendo hacer una relectura del espíritu individualista
de la modernidad, sensible, pero terriblemente egoísta
hasta el punto de usurpar el lugar de la (comun)ión,
e instalarse en primera fila, sin percatarse de que
su ocupación desaloja aquello que pretendía
aprehender. Maldición de Friedrich, o secuelas
del consumo intensivo e indolente de la metafísica
de la luz.
Un
aspecto que me gustaría resaltar de la propuesta
es que, para llegar a comprender el sentido que tienen
las palabras dentro del contexto, y captar la carga
irónica de la obra, hay que situarse en el lugar
del fotógrafo (es como hacer una fotografía
con los ojos). Sin embargo, una vez alcanzado el punto
desde el cual la vista abarca todo ese espacio, el texto
queda demasiado lejos para ser legible, quedando reducido
para el observador a una textura apenas perceptible.
Nada más lejos de mi intención que ofender
o juzgar con este trabajo al inquilino que habita la
casa, sólo pretendo construir un relato a partir
de una serie de fragmentos que el observador deberá
reunir tanto fuera, allí, en el espacio real,
como dentro de sí. Se trata de un ejercicio de
reflexión sobre el territorio y la cultura, un
careo que hemos quedado en llamar paisaje.

Estar sólo, sin espíritu,
sin memoria, cerca del mar. (…) Tan solo y ausente
y presente como un indígena, oscura sombra en
la arena. (…) Lejos, muy lejos, como si hubiere
tocado tierra en otro planeta, como un hombre que pisa
tierra firme después de la muerte. (…)
¿El paisaje? Se burlaba del paisaje. (…)
¿La humanidad? No existía. ¿El
pensamiento? Hundido como una piedra en el agua. ¿El
inmenso, el brillante pasado? Empobrecido y deteriorado,
endeble, endeble y traslúcida concha arrojada
a la playa.
Lawrence, Kangourou, Gallimard, (trad.
cast. ed. Bruguera).
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