
Descubrir
o construir el espacio para el diálogo supone
un esfuerzo inicial que garantiza un mínimo nivel
de compromiso. Éste es imprescindible como elemento
que catalice la comprensión de la obra y por
tanto su construcción significativa, mecanismo
que implica al sujeto como entidad que culmina el proceso
creativo y condimento necesario para el provecho de
la experiencia estética.
El
proyecto se construye como un dispositivo que, mimetizado
en “lo público”, propone un espacio
para el diálogo. Esta “máquina”,
no sólo aporta un espacio físico para
la conversación sino que, además, moviliza
al sujeto, transformándolo en un agente activo,
cómplice en la génesis de este proceso.






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